6 de julio
SANTA MARÍA GORETTI (*)
Virgen y Mártir
SANTA MARÍA GORETTI (*)
Virgen y Mártir
El día 9 de octubre de 1954
moría en Corinaldo una pobre mujer de pueblo. Los periódicos del mundo
entero publicaron la noticia con gran relieve. ¿Quién era la señora
Assunta, a quien la gente solía llamar "mamá Assunta", para
que mereciese el interés de la prensa mundial? ¿Qué hazañas había
realizado para que el Ayuntamiento de su pueblo decretase funerales públicos
y la gente tapase con una pirámide de flores su ataúd?
Assunta Goretti era una viejecita de
ochenta y ocho años, que no sabía leer ni escribir, pero que poseía
esa sabiduría superior de los que conocen y viven el Evangelio. El año
1943, al correr al refugio porque las sirenas daban la alarma de aviación,
se rompió una pierna y desde entonces quedó inválida. Estaba sentada
en un carrito. A pesar de lo cual mereció que Su Santidad el Papa la
recibiese en el Vaticano con los honores concedidos a los príncipes y
jefes de Estado. Los periodistas de todas partes solicitaban sus
manifestaciones y, aunque quería pasar desapercibida de todos, era una
de las figuras más populares de nuestro siglo.
¿Quién era esta mujer singular? La
madre de una niña mártir, la única persona que ha tenido la dicha de
presenciar la canonización de su propia hija.
Fue el 24 de junio de 1950. Como los
peregrinos venidos de todos los confines no iban a caber en la basílica
de San Pedro, el Papa canonizó a Santa María Goretti en la plaza
inmensa delantera a la basílica. Se calcula que medio millón de
personas presenció aquélla tarde la ceremonia emocionante. No se
recordaba nada igual en los anales de Roma.
La historia de Santa María Goretti es
hoy sabida de todos. Incluso ha sido llevada a la pantalla, aunque con
esa manía del cine de retocar y deformar los hechos.
Era una familia de pobres campesinos
italianos. Un matrimonio compuesto de ambos esposos, Luis Goretti y
Assunta Carlini, y cinco hijos. La segunda es María, que nació en
Corinaldo el 16 de octubre de 1890.
Pero en Corinaldo no encuentran manera de
ganarse la vida, a pesar de poseer allí unas tierrecillas. Y emigran.
Primero a Colle Gianturco, y al cabo de dos años a Ferriere di Conca, a
once kilómetros de Nettuno. Allí se instalan como colonos del conde
Mazzoleni.
Aquel terreno era entonces en extremo
malsano. Eran las regiones pantanosas del Agro Pontino. El mosquito que
transmite la malaria acechaba insidiosamente a los Pobres labriegos. Así
Luis Goretti murió al poco tiempo de aposentarse su familia en Ferriere.
Y quedaron solos Assunta y sus cinco hijos, el mayor de los cuales
apenas tenía trece años.
-Ánimo, mamá -decía María, la mayor
de las niñas-. ¿Por qué tienes miedo? ¡Ya vamos siendo grandes!
Basta que el Señor nos dé salud. Saldremos adelante, saldremos.
Assunta trabajaba en el campo, como un hombre. Siempre había trabajado,
porque quedó huérfana de pocos años. Trabajaba y educaba a sus pequeños.
Desde que éstos aprendían a hablar les enseñaba a hacer la señal de
la cruz y a rezar las primeras oraciones y los rudimentos de la doctrina
cristiana.
Marietta atendía a todo, lavaba a sus
hermanitos menores, iba por agua, preparaba la comida, cosía.
Nunca tuvo amigas, pues las ocupaciones
de la casa no le dejaban tiempo para jugar.
Pero es que sobre los deberes de la
propia familia recaían también sobre ella la obligación de atender a
otras dos personas que vivían en la misma casa y eran aparceros en las
faenas agrícolas, Juan Serenelli y su hijo Alejandro, mocetón de unos
veinte años. La casa tenía dos dependencias separadas, pero la
escalera y la cocina eran comunes para ambas familias.
Alejandro no era mal muchacho; pero empezó
a darse a lecturas deshonestas que emponzoñaron su alma. Y el que hasta
entonces había mirado con indiferencia a la hija mayor de la señora
Assunta, empezó a fijarse demasiado en la chiquilla.
No porque ésta diese motivo alguno.
Todos están acordes en afirmar, y así lo ha declarado después
repetidamente el mismo Alejandro, que María Goretti era muy modesta y
miradísima en el vestir. Era una niña -todavía no llegaba a los doce
años-, pero algo desarrollada, quizá más de lo que pudiera esperarse
de su edad. Y en el corazón de Alejandro Serenelli se encendió una
brutal pasión.
Dos veces la tentó. Al principio, la
pequeña ni comprendió el alcance de lo que Alejandro pretendía; pero
vio que era algo malo. Y resistió fuertemente arrojando al tentador, a
pesar de su edad y su vigor. Alejandro se sintió despreciado y vencido
por Marietta.
Volvió al asalto por tercera vez. Era la
tarde del 5 de julio de 1902. Alejandro ha pensado bien todas las cosas.
Abajo su padre, la señora Assunta y todos los de la casa, se encuentran
trillando habas en la era. Arriba, en el descanso de la escalera, María
Goretti cose una camisa que Alejandro le había mandado urgentemente
remendar con el secreto designio de que la muchacha quedase sola en
alguno de los aposentos.
Marietta se intranquiliza cuando ve
llegar a Alejandro. Está sobre ascuas; sabe lo que el joven brutal
quiere y verse a solas con él la atemoriza. Cose apresuradamente. El
mocetón la llama:
-María, ven acá.
-¿Para qué? ¿Qué quieres?
-Tú ven acá.
.No. Si no me dices qué quieres, no voy.
Alejandro la toma violentamente por un
brazo, le tapa la boca con la mano y, venciendo la resistencia de la
pobreta, da una patada a la puerta y la cierra.
La débil fuerza de una niña que no ha
cumplido doce años vencerá las fuerzas del muchacho de veinte. Grita
Marietta:
-¡No! ¡No!... ¡Es pecado!. ¡No, no!
¿Qué haces, Alejandro?... ¡Vas al infierno!...
El mocetón, viendo que nada consigue,
coge un hierro afilado que tenía a punto y se ensaña con su tierna víctima,
que prefiere la muerte antes que pecar. Hasta catorce heridas que
traspasan su vientre y el pecho pudieron apreciar los médicos que después
la reconocieron.
Al fin acuden los familiares. Loca de
dolor pregunta a su hija la señora Assunta:
-Marietta mía, ¿qué ha sucedido? ¿Quién
ha sido? Dime, dime...
-Fue Alejandro.
-¿Por qué te hizo esto, hija mía?
-Porque me quería hacer las cosas malas
y yo no quería.
Y exacto, quedó intacta la tierna
virgencita, conforme a la confesión del mismo asesino y al testimonio
de los médicos.
A las cinco horas una ambulancia lleva a
la pobre hija al hospital de los hermanos de San Juan de Dios de Nettuno.
Por la misma carretera dos carabinieri
llevan esposado a Alejandro Serenelli. Distinto fruto de la educación
que Assunta Goretti y Juan Serenelli dieron a sus hijos.
Poco pudieron hacer los médicos del
hospital. Sin embargo, intentaron la laparotomía o apertura del vientre
pasa poder operarla. Y sin darle anestésico; dos horas de atroz
martirio. Marietta coge entre sus manos la medalla de la Milagrosa que
siempre llevaba al cuello.
Le preparan al viático, que recibe como
un ángel. Le sugieren que perdone al asesino, y contesta al punto:
-Sí, le perdono por amor a Jesús, y
quiero que venga también conmigo al cielo.
Algunas horas más tarde moría la niña
entre delirios, en los que se le oía defenderse contra Serenelli e
invocar a la Virgen Santísima.
La muerte de Marietta llenó de estupor a
toda la comarca. Sin distinción de público acudieron todos a su
entierro.
Treinta años después fue desenterrado
su cadáver y llevado a una capilla en la basílica de Nuestra Señora
de las Gracias, de Nettuno. Miles de fieles rezan ante aquellos restos
de una virgen cristiana, la Santa Inés del siglo XX, como la llamamos
hoy.
El heroísmo de Santa María Goretti no
fue improvisado. Los actos de hermosas virtudes de que dio prueba antes
de su muerte -preferir la muerte al pecado, perdonar a su asesino,
soportar con paciencia sobrehumana una operación sin cloroformo y la
sed abrasadora que luego siguió-, todo esto era consecuencia de una
vida santa, a la que venía preparándose con el ejercicio constante de
las virtudes cristianas en un ambiente lleno de fe, de trabajo y de
privaciones.
Assunta enseñaba a sus hijos el
catecismo, les infundía el horror al pecado, les acostumbraba a la
oración. Su hogar era pobre; tenían lo justo para vivir, la madre había
de pasar la jornada fuera, en los trabajos del campo. Y Marietta lo hacía
todo en casa con la formalidad de una persona mayor. Y todavía
encontraba tiempo para rezar el rosario en sufragio de su padre muerto.
Y reunía a sus hermanitos y les enseñaba la doctrina y rezaba con
ellos. Y hasta consolaba a su madre:
-No tenga cuidado, mamá: verá cómo
salimos adelante.
Marietta estaba más crecida de lo que
sus años podían exigir. Con su pelo castaño, sus ojos negros y su tez
fresca y rosada era una muchacha sana de cuerpo y espíritu. La modestia
era su principal virtud; ha declarado siempre unánimemente su madre.
Nunca fue presumida, pues además vestía
las ropas usadas que le daba una vecina.
Así, con oración, modestia y trabajo,
se preparó esta santita para llegar a ser canonizada en la plaza de San
Pedro un 24 de junio de 1950.
El desgraciado confesó de pleno su
crimen. Y se arrepintió de aquel acto de locura una tarde de verano.
Condenado a treinta años de cárcel,
mereció que le rebajasen su condena en tres años por su buen
comportamiento. Hoy sirve como criado y hortelano en el convento de
capuchinos de Ascoli.
La niña le había perdonado en el
hospital. Pero, como el mismo Serenelli ha manifestado después, ya
cuando Marietta se retorcía en el suelo apuñalada con el punzón de
hierro, le dijo:
-No es nada, Alejandro... Yo te perdono.
Por eso la señora Assunta perdonó también
al criminal. Fue una escena que sólo puede darse entre cristianos.
Estaba de criada del señor cura de Corinaldo la madre de María Goretti
cuando la noche de Navidad de 1938 llamaron a la puerta de la casa
rectoral. Abrió la señora Assunta y un hombre le dijo:
-¿Me reconoce usted, señora Assunta?
-al tiempo que bajaba los ojos.
-Sí, Alejandro; te recuerdo.
-¿Me perdona? -suplicó el infeliz, que
llevaba en el rostro las trazas de veintisiete años de cárcel.
-Si Dios te ha perdonado, Alejandro, ¿cómo
no te he de perdonar yo?
Aquélla noche la pasó en la casa del párroco,
y juntos, la madre y el asesino de su hija, se acercaron a comulgar en
la Misa del Gallo.
Y siempre, cuando hablaban de Serenelli,
la señora Goretti no consentía que le tratasen mal.
-¡Está tan arrepentido! Y habiéndole
perdonado Marietta, ¿cómo no le voy a perdonar yo? Es cierto que ha
cometido un pecado enorme; pero Dios ha sabido sacar bien de tanto mal.
CASIMIRO
SÁNCHEZ ALISEDA
*Año Cristiano, Tomo III, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1966.