MEDITACIÓN PARA CADA DÍA
  DÍA 31 (1) 
SOBRE LAS TRES INSIGNIAS CON QUE SE APARECIÓ EL SAGRADO CORAZÓN LA CRUZ, PRIMERA INSIGNIA 
I 
   Considera, alma mía el misterioso
  significado de las tres insignias o atributos, con que se dignó revelarse a
  la devoción de los fieles el Sagrado Corazón de Jesús, o sean, la Cruz, la
  Corona de Espinas y la herida de lanza. 
   Está enclavada en la Cruz, en el centro
  de ese sacratísimo Corazón, para significar lo infinito de su amor, que le
  movió a desearla desde el primer instante de su divina concepción en las
  virginales entrañas de María; a regalarse con ella teniéndola en pensamiento
  todos los instantes de su vida y a morir afrentosamente en la misma, dando en
  ella su Sangre como precio de nuestra redención. Así hemos de considerar
  aquella alma benditísima, puesta ya en cruz mucho antes que lo fueran las
  manos y pies del divino Crucificado y en ella ofreciéndose por nosotros y por
  nuestros pecados al Eterno Padre, con superabundancia tal de satisfacciones y
  desagravios, que bastara y sobrara para lavar la culpa de mil mundos y de
  millones de mundos pecadores, que pudieran todavía existir. "Toda la vida
  de Nuestro Señor (dice La Imitación) cruz fue y martirio" y no sólo durante las
  tres horas de la tarde del Viernes Santo agonizó el divino Salvador, sino que
  agonizando estuvo continuamente. La cruz la llevó en el Corazón desgarrado
  por nuestras culpas, antes que la llevase sobre sus espaldas desgarradas por
  los azotes y esta su Pasión, invisible a los  ojos del mundo, no lo era a los
  de su Eterno Padre y de su Madre amantísima, y no le fue  menos
  dolorosa. 
  
  Medítese unos
  minutos. 
II 
   ¡Qué sublime ejemplo, qué prácticas
  enseñanzas nos da con esa primera de sus insignias el Corazón adorabilísimo
  de nuestro buen Jesús! Así debieran ser como él los corazones de todos los
  cristianos, o por lo menos, de los que más quieren preciarse de ser sus
  amigos y devotos. En nuestro corazón hemos de llevar día y noche clavada la
  Cruz de Cristo nuestro Redentor, por medio de la contemplación amorosa de sus
  dolores y por el ejercicio constante y habitual de la virtud de la
  mortificación. No ha de bastarnos venerarla en los altares, o traerla
  pendiente del cuello, o imprimir en nuestra frente su piadosa señal. Amemos y
  adoremos en nosotros la cruz viva, la cruz realidad, más que otras cruces
  simbólicas y figuradas. Cruz viva es la que refrena nuestros apetitos y
  concupiscencias, abate nuestro amor propio, exige nuestra resignación, nos
  aflige con las austeridades de la penitencia. Cruz viva, aunque incruenta;
  cruz viva, porque se clava en lo más vivo de nuestro ser, cuales son nuestras
  vanas aficiones, movimientos desordenados, rarezas e intemperancias. Cruz no
  de una hora o de un día o de un año, sino de la vida toda, que en ella nos
  acompaña hasta los postreros momentos de nuestra agonía, ¡Qué pensamiento más
  consolador puede ofrecérsenos en la hora de la muerte, que la de haber así
  vivido y agonizado y, disponerse a morir en brazos mismos de la cruz de
  nuestro amado Salvador y Redentor! ¿Y cuál otra recomendación que esa puede,
  sean cuales fueren nuestras culpas, abrirnos de par en par las puertas del
  paraíso? 
  
  Medítese, y
  pídase la gracia particular. 
Oración y Acto de Consagración  | 
 
- (1)  A pedido de algunas iglesias,
     donde se alarga hasta treinta y tres días el Mes dedicado al Sagrado
     Corazón, el autor añadió estas tres meditaciones, que también pueden
     utilizarse como devoto Triduo en cualquier época del año.