lunes, 25 de junio de 2012

DÍA 32 SOBRE LA SEGUNDA INSIGNIA DEL SAGRADO CORAZÓN LA CORONA DE ESPINAS



MEDITACIÓN PARA CADA DÍA

  DÍA 32
SOBRE LA SEGUNDA INSIGNIA
DEL SAGRADO CORAZÓN
LA CORONA DE ESPINAS



I

   No de flores, sino de punzantes espinas se nos apareció coronado el Corazón Sacratísimo de Jesús, y éste puede ser símbolo muy adecuado de su amor a la humillación y al desprecio. Burla fue y muy sangrienta de su realeza divina aquella infamante Corona que sobre su cabeza colocó en el Pretorio la soldadesca de Pilatos. Desprecio y vilipendio cual no se le dieron otros más ignominiosos en su afrentosa Pasión. Por rey se le caracterizó, pero rey de mofa y de comedia. Y con los demás atavíos del cetro de caña y manto de púrpura, se escarneció vilmente en Él la majestad soberana, con que reina en los cielos y es aclamado rey inmortal de los siglos por todas las angélicas jerarquías. ¿Qué menosprecio y baldón mayores pudo imaginar el demonio, para aquella Santísima Humanidad, que debía sentarse un día ceñido de gloria a la diestra del Padre y tener real Principado sobre toda criatura? Contemplemos la lastimera figura de ese soberano de nuestras almas, por causa de ellas reducido a vergonzosa parodia y caricatura de rey. Así ganó para ellas las eternas coronas de luz, con que han de resplandecer un día en los cielos. Así les dio parte de su soberanía y principado, para que con El reinen dichosas con reino que no tendrá fin. Besemos y adoremos y agradezcamos esa Corona de espinas, sin la cual no mereceríamos nosotros llevarla de gloria, en el trono de felicidad que a su lado nos promete y al cual sin cesar nos llama y  convida.

   Medítese unos minutos.

II

   Nos llama y convida y justamente nos muestra y enseña el camino. Coronado no será en el cielo más que aquel que hubiera con fortaleza combatido acá por los derechos de ese rey coronado de espinas, y que se haya distinguido en su imitación. Lo cual significa, que la corona de luz que en el cielo esperamos, ha de ir precedida acá y preparada por corona de dolor, que más o menos ha de traer todo fiel y devoto cristiano en su propio corazón. Y muy particularmente han de labrarle esta dolorosa corona las humillaciones y desprecios, que de los mundanos reciba; la persecución y vilipendio con que le aflijan los que no pueden menos de escarnecer en él la semblanza y parecido con el Hijo de Dios; la angustia y pesadumbre que en sí mismo experimenta por los escarnios y afrentas con que se ve ultrajada cada día nuestra Santa Religión. ¡Feliz quien con tal corona puede presentarse adornado al tribunal del soberano Juez! ¡Cómo no ha de ser como tal reo blando y amoroso, si le viere ostentando la gloriosa escarapela de soldado suyo, con que por él luchó contra los enemigos de su nombre y de su Santa Ley! Hagámonos dignos de llevarla en nuestros corazones esta tan honrosa insignia, marca y sello de los predestinados. Honrémonos con ella, amémosla más que los vanagloriosos del mundo sus tan estimados blasones. Repitamos en obsequio a nuestro buen Jesús aquella enardecedora frase de uno de sus más fieles amigos y mas heroicos imitadores, San Juan de la Cruz: "Señor, nada quiero y nada deseo, sino padecer y ser afrentado por  Vos"

   Medítese, y pídase la gracia particular.

Oración y Acto de Consagración