MEDITACIÓN PARA CADA DÍA
DÍA 32
SOBRE LA SEGUNDA INSIGNIA DEL SAGRADO CORAZÓN LA CORONA DE ESPINAS
I
No de flores, sino de punzantes espinas se nos
apareció coronado el Corazón Sacratísimo de Jesús, y éste puede ser símbolo
muy adecuado de su amor a la humillación y al desprecio. Burla fue y muy
sangrienta de su realeza divina aquella infamante Corona que sobre su cabeza
colocó en el Pretorio la soldadesca de Pilatos. Desprecio y vilipendio cual
no se le dieron otros más ignominiosos en su afrentosa Pasión. Por rey se le
caracterizó, pero rey de mofa y de comedia. Y con los demás atavíos del cetro
de caña y manto de púrpura, se escarneció vilmente en Él la majestad
soberana, con que reina en los cielos y es aclamado rey inmortal de los
siglos por todas las angélicas jerarquías. ¿Qué menosprecio y baldón mayores
pudo imaginar el demonio, para aquella Santísima Humanidad, que debía
sentarse un día ceñido de gloria a la diestra del Padre y tener real
Principado sobre toda criatura? Contemplemos la lastimera figura de ese
soberano de nuestras almas, por causa de ellas reducido a vergonzosa parodia
y caricatura de rey. Así ganó para ellas las eternas coronas de luz, con que
han de resplandecer un día en los cielos. Así les dio parte de su soberanía y
principado, para que con El reinen dichosas con reino que no tendrá fin.
Besemos y adoremos y agradezcamos esa Corona de espinas, sin la cual no
mereceríamos nosotros llevarla de gloria, en el trono de felicidad que a su
lado nos promete y al cual sin cesar nos llama y convida.
Medítese unos
minutos.
II
Nos llama y convida y justamente nos
muestra y enseña el camino. Coronado no será en el cielo más que aquel que
hubiera con fortaleza combatido acá por los derechos de ese rey coronado de
espinas, y que se haya distinguido en su imitación. Lo cual significa, que la
corona de luz que en el cielo esperamos, ha de ir precedida acá y preparada
por corona de dolor, que más o menos ha de traer todo fiel y devoto cristiano
en su propio corazón. Y muy particularmente han de labrarle esta dolorosa
corona las humillaciones y desprecios, que de los mundanos reciba; la persecución
y vilipendio con que le aflijan los que no pueden menos de escarnecer en él
la semblanza y parecido con el Hijo de Dios; la angustia y pesadumbre que en
sí mismo experimenta por los escarnios y afrentas con que se ve ultrajada
cada día nuestra Santa Religión. ¡Feliz quien con tal corona puede
presentarse adornado al tribunal del soberano Juez! ¡Cómo no ha de ser como
tal reo blando y amoroso, si le viere ostentando la gloriosa escarapela de
soldado suyo, con que por él luchó contra los enemigos de su nombre y de su
Santa Ley! Hagámonos dignos de llevarla en nuestros corazones esta tan
honrosa insignia, marca y sello de los predestinados. Honrémonos con ella,
amémosla más que los vanagloriosos del mundo sus tan estimados blasones.
Repitamos en obsequio a nuestro buen Jesús aquella enardecedora frase de uno
de sus más fieles amigos y mas heroicos imitadores, San Juan de la Cruz:
"Señor, nada quiero y nada deseo, sino padecer y ser afrentado por
Vos"
Medítese, y
pídase la gracia particular.
Oración y Acto de Consagración |